Abramos fuego.............
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Abramos fuego.............
"...El estampido de la culebrina del castillo de popa precedió al viperino silbido de los eslabones de cadena enroscándose en la nube de pólvora y atravesando el aire hasta que levantaron la tapa de los sesos de media docena de turcos que accedían a la galera "La
Galga" a través del espolón que había incrustado el bajel sarraceno en su banda de babor.
El "Rajao" tronzaba brazos y cabezas con el enorme chuzo con el que barría la borda de aquel lado. Yo no sabía qué me daba más miedo, si aquel infernal chuzo hecho por un satánico herrero en la misma fragua del infierno, o aquella salvaje mirada con la que el "Rajao" acompañaba sus mortales golpes, indiferente a la lluvia de sangre que le empapaba con cada embestida.
El griterío de los turcos pasó de ser una bravuconada intimidatoria a un alarido de terror.
Algunos se lanzaban al agua aterrados por lo que les ocurría a los que les precedían en el asalto. Allí los remataba yo con el pistolete que el grumetillo sevillano me cargaba entre tiro y tiro.
Me sentía ridículo sentado en el taburete del piloto sin poder moverme mientras la banda de babor era un hormiguero sanguinoliento que evacuaba sangre y vísceras por los tragamares de la borda, una vez empapada la arena allí depositada para evitar resbalar con el mejunje resultante de la escabechina.
Me dolía la pierna un horror y no sé si por la tensión de la escena, el vendaje que me puso el cirujano por la mañana se tiñó de grana.
Unas manos se aferraron al mamparo del castillo y tras ellas emergió la cara salvaje de un turco. El Sevillano le abrasó la cara y el alma con el disparo del pistolete que acababa de cargar y que no le dió tiempo a entregarme.
Oí un golpe sordo y tras la caseta del piloto se dejó caer un turco menudo que había subido allí por un cabo de la vela latina. Allá que se fue el Sevillano abriendo la faca y antes de que se incorporase el turco ya le había apuñalado dos veces en un costado.
Cuando volví a mirar por el mamparo, el Rajao ya abordaba el bajel otomano a golpe de chuzo seguido por los infantes del bachiller Alonso y unos cuantos marinos y galeotes de la banda de estribor, cristianos todos, que se jugaban la vida para ganar su libertad.
El oficial de galeotes soltó los tres bancos de los remeros cristianos penados de aquella banda, y algunos con sus propias cadenas, y otros con los remos, embestían el tapón de turcos que se arremolinaba en el castillo de proa del bajel mientras los arcabuceros de nuestro castillo de proa barrían a los perros infieles que se sumaban a la defensa desesperada de su navío.
Entonces supe que La galga había ganado su décimo abordaje, y con dificultad me puse en pié e invoqué a Santiago y a la virgen del Carmen mientras algunos turcos se echaban al agua y otros pedían clemencia entregando su libertad a cambio de su vida...."
Galga" a través del espolón que había incrustado el bajel sarraceno en su banda de babor.
El "Rajao" tronzaba brazos y cabezas con el enorme chuzo con el que barría la borda de aquel lado. Yo no sabía qué me daba más miedo, si aquel infernal chuzo hecho por un satánico herrero en la misma fragua del infierno, o aquella salvaje mirada con la que el "Rajao" acompañaba sus mortales golpes, indiferente a la lluvia de sangre que le empapaba con cada embestida.
El griterío de los turcos pasó de ser una bravuconada intimidatoria a un alarido de terror.
Algunos se lanzaban al agua aterrados por lo que les ocurría a los que les precedían en el asalto. Allí los remataba yo con el pistolete que el grumetillo sevillano me cargaba entre tiro y tiro.
Me sentía ridículo sentado en el taburete del piloto sin poder moverme mientras la banda de babor era un hormiguero sanguinoliento que evacuaba sangre y vísceras por los tragamares de la borda, una vez empapada la arena allí depositada para evitar resbalar con el mejunje resultante de la escabechina.
Me dolía la pierna un horror y no sé si por la tensión de la escena, el vendaje que me puso el cirujano por la mañana se tiñó de grana.
Unas manos se aferraron al mamparo del castillo y tras ellas emergió la cara salvaje de un turco. El Sevillano le abrasó la cara y el alma con el disparo del pistolete que acababa de cargar y que no le dió tiempo a entregarme.
Oí un golpe sordo y tras la caseta del piloto se dejó caer un turco menudo que había subido allí por un cabo de la vela latina. Allá que se fue el Sevillano abriendo la faca y antes de que se incorporase el turco ya le había apuñalado dos veces en un costado.
Cuando volví a mirar por el mamparo, el Rajao ya abordaba el bajel otomano a golpe de chuzo seguido por los infantes del bachiller Alonso y unos cuantos marinos y galeotes de la banda de estribor, cristianos todos, que se jugaban la vida para ganar su libertad.
El oficial de galeotes soltó los tres bancos de los remeros cristianos penados de aquella banda, y algunos con sus propias cadenas, y otros con los remos, embestían el tapón de turcos que se arremolinaba en el castillo de proa del bajel mientras los arcabuceros de nuestro castillo de proa barrían a los perros infieles que se sumaban a la defensa desesperada de su navío.
Entonces supe que La galga había ganado su décimo abordaje, y con dificultad me puse en pié e invoqué a Santiago y a la virgen del Carmen mientras algunos turcos se echaban al agua y otros pedían clemencia entregando su libertad a cambio de su vida...."
uikte- Cantidad de envíos : 23
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